Un Chile sin agua (Revista Palabra Pública)

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    De sequía pasamos a megasequía y, si se cumplen las proyecciones, vamos directo a un futuro donde la escasez hídrica será una realidad en gran parte del país. Pasar de un clima mediterráneo a uno árido tendrá consecuencias en los ecosistemas, el paisaje y la población de gran parte del territorio. Hicimos un ejercicio de futurismo: imaginar cómo se verá Chile en algunas décadas más bajo estas condiciones. Pero hay cosas que no hubo que imaginar, ya que muchas de ellas ya están aquí.

    Por Cristina Espinoza

    Petorca y Antofagasta, en cierto sentido, ya viven en el futuro. No uno hipertecnologizado al estilo de una película de ciencia ficción, pero sí uno donde el agua es un bien cada vez más escaso y hay que recurrir a alternativas como la distribución con camiones o la desalinización de agua de mar.

    En las próximas décadas, la aridez será parte del paisaje de Chile cada vez más al sur, mientras desaparece lo que antes caracterizó a una zona de clima mediterráneo: veranos secos y calurosos, pero inviernos húmedos donde —los ahora mayores— mirábamos las consecuencias de los temporales por televisión. ¿Alguien se acuerda de eso? Los niños del futuro tendrán menos probabilidades de verlo.

    Aunque es una realidad que posiblemente no ocurrirá en todo el país, los científicos que han hecho proyecciones sobre cambio climático llevan décadas advirtiendo que, hacia fines de este siglo, Chile será un territorio más cálido y seco. Ese futuro, que se veía lejano, parece estar instalándose más rápido de lo pensado: gran parte del país enfrenta una severa crisis hídrica producto de una sequía que lleva cerca de 13 años afectando, sobre todo, a la zona central, y que los especialistas aseguran que no pretende detenerse.

    En resumen: menos vegetación, embalses secos, napas subterráneas en niveles mínimos, más incendios forestales, más camiones aljibe y la multiplicación de plantas desalinizadoras en la costa serán parte del panorama de Chile en el mediano plazo. También aparecerán nuevos problemas socioambientales, que afectarán principalmente a las poblaciones más vulnerables, si no se concreta una estrategia adecuada para enfrentar la escasez hídrica. “Ya estamos viendo señales claras de una aridización del paisaje: vegetación menos frondosa, árboles secos, suelo seco aun en invierno, cauces con menos agua, nieve más alta y más fugas en la cordillera”, explica Fernando Santibáñez, académico del Departamento de Ciencias Ambientales de la U. de Chile y director del Centro de Agricultura y Medio Ambiente (AGRIMED).

    La escasez de lluvias entre las regiones de Coquimbo y Los Lagos se arrastra desde 2010. El año pasado, que fue considerado el más cálido y seco de la historia, dejó un déficit de alrededor del 50% en la zona central, y esa combinación de calor y falta de lluvias aumenta la pérdida de agua por evaporación, agravando el déficit hídrico.

    Aunque este año parece ser algo más lluvioso, para superar la escasez se requieren muchos años con estas condiciones, y los científicos y científicas prevén lo contrario. “La mayoría de las proyecciones de cambio climático muestran una disminución de las precipitaciones entre un 10 y un 20% anual en la zona central, y de 5 a 10% en la zona sur austral. En la zona norte y el norte chico, hay tendencias de incremento de las precipitaciones, tanto en intensidad como en frecuencia. Sin embargo, no son significativas”, afirma la meteoróloga Claudia Villarroel, jefa de la Oficina de Cambio Climático de la Dirección Meteorológica de Chile (DMC). Teniendo en cuenta esas proyecciones, ¿qué podría pasar?

    La postal de las montañas nevadas, que aún podemos ver en invierno, será una imagen cada vez más inusual en el futuro. Crédito: Pexels/Rafael Paganotti

    Agua más cara

    La majestuosa blanca montaña, que aún podemos ver en invierno, será una imagen cada vez más inusual en el futuro. La principal reserva de agua ya es una de las más afectadas por el cambio climático, y se proyecta que esto continúe en las próximas décadas. “Siempre va a haber años más o menos lluviosos, eso es la variabilidad, pero en promedio va a ir a la baja”, asegura el hidrólogo José Luis Arumí, académico del Departamento de Recursos Hídricos de la U. de Concepción e investigador del Centro de Recursos Hídricos para la Agricultura y la Minería (CRHIAM). “El aumento de temperatura va a producir un derretimiento más temprano de la nieve y, por ejemplo, la agricultura del valle central, que está acostumbrada a que esto ocurra a fines de primavera o comienzos del verano, va a enfrentar su adelanto. Tendremos problemas de disponibilidad de agua al final del verano, lo que ya está siendo crítico y va a ser permanentemente crítico”, agrega.

    ¿De dónde sacaremos agua? La respuesta podría estar en el mar, una alternativa que ha funcionado en países como Israel o Arabia Saudita. Pero no es tan fácil ni todos están de acuerdo, ya que esta estrategia tiene impactos ambientales y sociales que no han sido mitigados del todo. “Tengo que hacer una proyección que no me gusta, pero veo la costa chilena llena de plantas desalinizadoras. Eso va a ser seguro”, señala María Christina Fragkou, académica del Departamento de Geografía de la U. de Chile. Además de las consecuencias que esto tendría en la biodiversidad y en el ámbito social, la investigadora afirma que la experiencia ha probado que la producción con este sistema hace subir el precio del agua potable.

    “Las crisis energéticas y la distancia entre plantas y ciudades son factores que tienen impacto en el precio del agua desalinizada, que es hasta tres o cuatro veces más cara que el agua de fuentes continentales”, asegura. En Copiapó, por ejemplo, el metro cúbico de agua pasó de $427,01 a $1.772,99 en diez años, un aumento del 315%. En Santiago, en el mismo periodo, el precio subió en un 58%. Pero además de la inexistencia de una normativa que regule el precio, tampoco hay una que asegure su calidad.

    José Luis Arumí prevé la instalación de desalinizadoras en ciudades como La Serena, Valparaíso, Pichilemu y localidades como Buchupureo, donde se proyecta menor disponibilidad de agua. “En cuanto a la agricultura con agua desalada, la veo más difícil, porque es más cara, excepto que haya un mercado agrícola que lo pague”, señala. En ese sentido, agrega, podría ser factible en zonas cercanas a ciudades que tengan producción agrícola. El hidrólogo, eso sí, pone más fichas en las plantas de tratamiento de aguas: “Se pierden muchos litros de aguas servidas en el mar en las zonas costeras y es sensato pensar que varios sistemas de tratamiento de esa agua van a tener un uso. Los grandes sistemas de aguas no convencionales van a ser la desalación y el reúso de aguas servidas, y, en forma más convencional, la construcción de embalses y el mejor manejo de la recarga de aguas subterráneas”, advierte.

    Fragkou cree que los embalses no se van a eliminar, pero les ve menos sentido en el futuro. “No sé si habrá tanta agua como para que los embalses acumulen. Creo que, por un lado, pueden traer conflictos, porque va a haber agua acumulada y acaparada, y mientras más abajo no habrá. En segundo lugar, pueden quedar obsoletos, como algo que no sirve”, dice.

    Cualquiera sea la fuente alternativa para asegurar el consumo humano, lo cierto es que no será lo mismo que tomar agua de origen cordillerano, por lo que el consumo de agua embotellada crecerá, proyecta la investigadora. Algo que ya se ha visto en Antofagasta, donde gran parte de la población se abastece con agua desalinizada (o una mezcla con ella) desde 2003. “La gente cada vez tiene menos confianza en el agua de la llave o los medios que los abastecen. Camiones aljibes o plantas desalinizadoras no siempre tienen aceptación. Entre la infraestructura que está envejeciendo y el tema de la escasez, la gente va a tomar más agua embotellada”, asegura. Esto encarece el consumo y acarrea otro disruptor del paisaje: el aumento de residuos plásticos.

    El factor inequidad

    Ante este escenario, la producción de alimentos está en riesgo y es tiempo de pensar qué vamos a hacer, dice Fernando Santibáñez. “La seguridad alimentaria de Chile merece que nos preocupemos de una estrategia que incorpore el fenómeno de aridización de los climas de la zona central y centro sur. No hacerlo podría ponernos en una situación de gran vulnerabilidad, llevándonos a una elevación del precio de los alimentos”, subraya.

    Los principales impactos están relacionados con los reservorios de agua y la seguridad alimentaria, pero a eso se suma que “las poblaciones más vulnerables serán las más afectadas por la sequía”, dice Claudia Villarroel. Dada la crisis actual, es una predicción que se puede verificar: las napas subterráneas han bajado a una tasa sin precedentes, dejando muchos pozos de agua potable rural (APR) secos y forzando el aumento de gasto público en camiones aljibes en zonas donde el agua potable ya había tardado mucho en llegar.

    “Si bien Petorca ahora es un caso destacado, esto va a empezar a multiplicarse y expandirse por el país. Vamos a tener más problemas de agua potable, se van a agotar más fuentes vulnerables, sobre todo de áreas rurales. Va a haber más gente en campamentos, si es que no se hace nada respecto de la entrada de migrantes y de su exclusión del mercado inmobiliario. Habrá más gente con problemas de abastecimiento de agua”, dice María Christina Fragkou.

    Va a haber más soluciones parche, asegura, como hoy lo son los camiones aljibe. Pero también hay que poner atención a cómo se implementarán las soluciones más definitivas, porque pueden transformarse en un potencial problema. En el caso de la desalinización, hay pocas voces advirtiendo sobre su lado negativo. “Hay impactos ambientales en los ecosistemas marinos al momento de extraer el agua desde el mar y cuando se devuelve la salmuera. Uno menos directo es el consumo energético de estas plantas, la mayoría de las que se alimenta con termoeléctricas”, asegura Fragkou, lo que significa que para producir agua desalinizada se quema combustible fósil y se emiten gases de efecto invernadero a la atmósfera. “Se está contribuyendo al cambio climático, el mismo fenómeno al que estamos intentando adaptarnos”, advierte.

    Créditos: Fabián Rivas
    Especies más vulnerables

    Para la vegetación y la fauna de la zona central, la escasez significa una amenaza que podría causar la extinción de algunas especies, tanto del continente como del océano.  Debido al bajo caudal de los ríos durante la megasequía, nutrientes como el nitrato y el fosfato, indispensables para el crecimiento del fitoplancton —primer eslabón de la cadena trófica acuática—, drenan en menor cantidad al mar, afectando la productividad biológica de la zona costera.

    “Los ríos funcionan como cinta transportadora de sedimentos, hacen el trabajo de transportar sedimentos desde aguas arriba de la cuenca hasta el mar. Por lo tanto, una menor precipitación y descarga conducen a una menor depositación de sedimentos en las playas u otros ambientes sedimentarios de la costa chilena, como los humedales costeros”, explica Laura Farías, académica de la U. de Concepción e investigadora del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2 y del Instituto Milenio en Socio-Ecología Costera (SECOS).

    No todas las especies responden de la misma forma al cambio de condiciones. En los bosques, el boldo, el peumo, el quillay, el belloto, el maitén y la palma chilena están entre las especies que se han secado o cuya reproducción ha caído drásticamente en los sectores más expuestos a la radiación solar, explica Santibáñez. La chinchilla, el zorro culpeo y el loro tricahue ya están amenazados, y la prolongación de la sequía podría acelerar su desaparición. “Los ecosistemas han dado preocupantes señales de estar fuertemente estresados, lo que podría dejar una cicatriz biológica permanente, como la severa disminución en la presencia de las especies vegetales y animales más sensibles, incluidos muchos insectos benéficos», afirma.

    El humo de los incendios forestales será parte de la postal de los veranos futuros, exacerbando lo que ya estamos viendo: que la sequía y las olas de calor han incrementado el número, severidad y extensión de los siniestros en la zona centro sur del país. “Dado que este escenario climático favorable a incendios persistirá en el futuro, se proyectan temporadas de incendios más extensas y eventos de mayor magnitud. De hecho, más del 70% de los megaincendios de los últimos 50 años han ocurrido desde 2010 a la fecha”, sostiene Mauro González, investigador asociado del (CR)2 y director del Centro del Fuego y Resiliencia de Ecosistemas (FireSES) de la U. Austral.

    En la zona central, aunque muchas de las especies del bosque esclerófilo poseen estrategias para resistir o recuperarse luego de un incendio, bajo las actuales condiciones de sequía esta capacidad de resiliencia se ve muy disminuida. “Más al sur, en los bosques de araucarias, los eventos de 2002 y 2015 dan cuenta del impacto negativo de incendios muy frecuentes y de la alta severidad en la recuperación natural de estos ecosistemas”, cuenta el investigador. El aumento de estos desastres está haciendo que ecosistemas antes dominados por árboles gigantes ahora sean zonas de arbustos.

    Nueva normalidad

    Chile será distinto no solo en cuanto a sus paisajes. Hay muchos cambios que deben comenzar hoy para enfrentar lo que la ciencia proyecta para un futuro cercano. “¿Cómo lo vamos a hacer? Con mucha prueba y error”, dice Arumí. El hidrólogo señala que se debe estabilizar el escenario de gestión, pues mientras sigamos en la incertidumbre, será una época de mucha discusión y poca acción.

    “Estamos en un momento en que esperamos grandes cambios institucionales. Esto depende mucho de la gestión que está haciendo este gobierno, que está traspasando la gestión del agua del Ministerio de Obras Públicas a algo más interministerial y bajo el Ministerio del Medio Ambiente. Es una señal muy positiva”, indica Fragkou.

    La escasez hídrica será parte del futuro, y es un hecho que tendremos que adaptarnos a una nueva realidad con menos agua, aunque a veces llueva un poco más. No está demás insistir en que aquí no hay nada de ciencia ficción: es cosa de pensar en Petorca o de asomarse a mirar las cada vez más escasas blancas montañas.

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